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21 de enero de 2016

[CRÍTICA] La juventud: entre el horror y el deseo, elijó el deseo



Después de la asombrosa La gran belleza, el director italiano Paolo Sorrentino vuelve con La juventud, alejado de su país natal pero, de nuevo, con la búsqueda de la belleza y el deseo como principales objetivos. Después de su paso por Cannes, La juventud se alzó en los Premios del Cine Europeo con tres galardones, el de Mejor Película, Director y Actor Protagonista para Michael Caine.


En un balneario suizo de lujo, donde conviven estrellas de cine (Paul Dano), cineastas (Harvey Keitel), compositores como el protagonista (Michael Caine) o incluso el mismísimo Diego Armando Maradona, la vida transcurre en calma. La juventud no trata de otra cosa que de la vejez, del paso del tiempo, los recuerdos del amor, la soledad, la amistad y el sentido de la ardua duración de la existencia. El reparto, completado con Rachel Weisz está maravilloso, siendo los momentos entre dos gigantes como Harvey Keitel y el excepcional Michael Caine los más deliciosos de la película, cómicos, encantadores y sinceros.


Se podría achacar a la nueva película de Sorrentino una gran cantidad de defectos. Las imágenes superficiales, forzadas y artificiosas siempre se tambalean entre la belleza y lo falso. El paso del italiano al inglés para buscar la internacionalización de su obra, repitiendo lo que hizo grande a La gran belleza podría etiquetarse también como una búsqueda, escasamente artística y elaborada, del éxito por parte de Sorrentino. El balneario, por muy bonito que sea, siempre parece más un sueño que una realidad donde el espectador no puede creer reflexionar sobre la vida de forma realista para sonsacar de este relato algo trascendente. Recordando en todo momento a La Gran Belleza lo sublime de sus imágenes siempre parece mucho más falso y forzado que en la cinta protagonizada por Toni Servillo.


Pero no todo es negro y las cosas siempre se pueden ver de otra manera. En un momento determinado de la película, el personaje de Paul Dano parece convertirse por un momento en Sorrentino cuando dice “hay que elegir entre contar el horror y el deseo, y yo elijó el deseo”. Sorrentino ha elegido este camino y es fiel a sí mismo. Es cierto que no alcanza las cotas sublimes de muchas imágenes de La Gran Belleza, él es consciente y por ello sitúa estas delicadas imágenes en un balneario para jubilados, escenario claramente satírico y ridículo donde la mundanidad y lo superficial reinan por completo como ya avanzaba “el rey de los mundanos” de La Gran belleza. Ya no estamos ante una obra que busque la belleza perdida en la siguiente esquina sino en una que se pregunta por qué esa belleza nunca volverá a nosotros. Estamos ante una película que no encuentra la belleza de verdad porque ya no existe como tal, solo cabe recordarla.


El torrente de temas trascendentales que plantea Sorrentino de forma superficial, algo achacado por muchos como falta de profundidad sirve para despertar en el espectador el placer de pensar sin poseer una respuesta ya dada y dejar, de esta manera, volar la mente con las vacuas imágenes del realizador. La intención de resolver dichas preguntas sí sería, como se le achaca a Sorrentino, algo presuntuoso. El director italiano abre su narrativa más y más en un viaje visual que parece más mental que nunca, sirva el último plano de ejemplo, para hacer volar nuestra mente por lo más mundano, carnal y deseoso del mundo material que nos derrite la mente con su presencia diariamente.


La juventud busca lo ridículo y lo sublime, qué mejor que Maradona con sobrepeso haciendo toques con una pelota de tenis para ejemplificar dicha mezcla. Con el simple sonido del silencio roto por un envoltorio de caramelo Sorrentino es capaz de contener tu mente en el asombro y eso, de nuevo, el asombro, está en esta película. Con un cierre final orquestal demasiado ampuloso y cursi la película no finaliza en su máximo esplendor. Sin embargo, Sorrentino nos quiere contar el deseo y no el horror, por ello, bienvenido sea Sorrentino.


Por Rafael S. Casademont
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