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30 de enero de 2016

[CRÍTICA] La gran apuesta: desmenuzando la crisis económica



Junto con Spotlight y El renacido, La gran apuesta es la gran favorita para hacerse con el Oscar a Mejor película. El director Adam Mckay ha dado un giro a su carrera de realizador, conocida por películas como Hermanos por pelotas (una gamberra comedia a reivindicar dentro del género) a una película cuyo humor llega a doler por lo despiadado de la situación que retrata.


La gran apuesta cuenta la historia, basada en hechos reales, de los escasos inversores y gestores que se dieron cuenta de que en algún momento llegaría la crisis. La estafa de los bancos en torno al mercado inmobiliario estallaría en 2008 y solo unos pocos apostaron contra el sistema que se decía infranqueable haciéndose muy ricos con ello. La pregunta es cómo y por qué se dieron cuenta y cómo no se dieron cuenta los grandes bancos de que nos llevaban a la ruina.


La película cuenta con un reparto de lujo, divido en cuatro grupos apostantes contra los bancos, encabezados cada uno por una gran estrella. Dos jóvenes especuladores dirigidos por Brad Pitt, un bróker retirado que ahora vive como un hippie; Ryan Gosling, un egocéntrico y presumido banquero que ve como los de su alrededor se equivocan; Christian Bale, interpretando a un excéntrico doctor que se pasa el día en la oficina descalza escuchando heavy metal y que fue el primero en darse cuenta y, finalmente, un equipo extravagante de bordes inversores encabezado por un delicioso, como siempre, Steve Carrell, que no puede aguantar la maldad del mundo que le rodea.


Con una casi inexistente interacción entre los diferentes grupos de la historia, la película cuenta con un montaje ágil y rápido que no deja un segundo de cambiar y moverse para contar todo lo que tiene que contar. Las explicaciones, necesarias, podrían ser el principal lastre de una historia que se apoya en la ruptura de la cuarta pared y en apariciones de “estrellas invitadas” como Margot Robbie o Selena Gómez para explicarnos complejos conceptos económicos dotando de humor a las miniclases de economía.


Un buen guión, buenos actores y un equilibrio complicado entre comedia y desolación social consiguen que La gran apuesta sea una película más que decente y ágil y que supere sin muchos inconvenientes el exceso de verborrea al que estaba destinada.


La película de Mckay cumplirá con creces ante los que acudan interesados en comprender el origen de la crisis económica que aún seguimos descubriendo. Sin embargo, La gran apuesta, pese a sus numerosos reconocimientos, no llega nunca ha ser una película excepcional quedándose solo en una interesante propuesta de nuestros cines, una historia real bien contada, un buen trabajo muy bien exprimido que, quizás, no podía dar más de sí cuyo interés es más social que cinematográfico. En unos años, La gran apuesta se pondrá en las aulas a los alumnos de economía pero pocos fuera de eso la seguiremos teniendo en mente. Este problema cada vez es más habitual en el Hollywood, grandes trabajos y poca alma.

Por Rafael S. Casademont

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