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15 de noviembre de 2015

[CRÍTICA] Una pastelería en Tokio: Cerezos, dorayakis y... ¿qué más?

Dicen que las buenas películas tienen que, en cierto modo, incomodar, romper la barrera emocional del espectador para conseguir permanecer en su memoria como algo trascendente. La filmografía de Naomi Kawase cuenta con varias de estas películas. Quizás sean los mejores ejemplos sus obras más conocidas, El bosque del luto, Suzaku y la mejor, Shara. El año pasado, sin embargo, Kawase ya daba muestras de un cambio más complaciente e inocente en su filmografía. Con Aguas tranquilas la cineasta se fijaba en la juventud y regresaba a su pueblo natal para grabar una bella historia con menos oscuridad que en sus trabajos más conocidos. Una pastelería en Tokio (An en su mucho más cómodo título original) es la confirmación de esta nueva tendencia de la directora nipona.


Como siempre, el pasado incomodo de los personajes está ahí, el misterio, el poder y la belleza de la naturaleza también siguen en su obra. Los personajes siguen teniendo un oscuro pasado o una difícil situación revelada solo en pequeñas dosis pero... poco más. Una pastelería en Tokio, pese a cumplir con varios de los arquetipos narrativos de Kawase, resulta cursi, artificiosa y completamente intrascendente pese a su simpatía zen. La historia de una anciana que llega a la vida de dos personajes amargados para, mediante la pastelería, devolverles la fe y la esperanza es digna de las peores películas hollywoodiense. Cierto es que Kawase logra que los personajes sean más creíbles de lo normal en está estúpida situación pero no deja de resultar muy artificial y excesivamente almibarado.


Después de volver a su isla natal con Aguas Tranquilas, Kawase ahora homenajea, en cierto modo, a su abuela (con la que se crió) pero con un resultado mucho más conformista que nunca. Es cierto que hay momentos incómodos en la película pero como es fácil de observar, más que al trabajo de Kawase se debe a la utilización del nombre de una enfermedad que, aunque no rebelaremos, sigue provocando pánico al oírla.


En la película se pueden disfrutar de los cerezos en flor, también se puede ver como se hacen los famosos dorayakis para luego imaginar su sabor pero y… ¿Qué más? Solo el nombre de una enfermedad.

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