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17 de febrero de 2015

[CRÍTICA] Mommy: Sin barreras


Xavier Dolan, el jovencísimo director canadiense de 25 años de edad estrenó en la pasada edición del Festival de cine de  Cannes, con un éxito supremo (y que seguramente le consagra como cineasta, consiguiendo el Premio Especial de Jurado junto a Jean-Luc Godard, ni más ni menos), su cuarto largometraje titulado Mommy.

La historia se centra en sus tres personajes principales, Diane Despres, una joven madre que ha quedado viuda (Anne Dorval),  Steve, su hijo adolescente e hiperactivo (Antoine Oliver-Pilon) y su peculiar vecina Kyla (Suzanne Clément). Dolan fabrica situaciones en torno a sus tres protagonistas, a partir de las cuales podremos ver destapados sus problemas y las diversas soluciones que se plantean gracias a su mutuo apoyo, complementando cada personaje a los dos restantes.


Pero sin duda esto no fue lo que dio fama a Mommy, ya que Dolan se atreve, y se ha dado cuenta que tiene donde apoyarse para lanzar esos atrevimientos.

Desde Post Tenebras Lux (2012) de Carlos Reygadas, pasando por Jauja (2014) de Lisandro Alonso, podemos descubrir un abanico de trabajos donde  jugar con los formatos cinematográficos se ha convertido, más que en una simple práctica alejada del cine común y relegada al de aspecto puramente experimental, en una cuestión formal que cada vez se encuentra más presente en el cine contemporáneo,  eficaz para generar una determinada sensación en los espectadores.



Dolan estrecha la pantalla hasta límites insospechados para generar esa sensación de claustrofobia y opresión a la que está sometido su sentimental protagonista. La radical propuesta del jovencísimo realizador canadiense se resuelve con sutileza, derrumbando las barreras que oprimen a Steve, y también a parte del cine actual.


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