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12 de marzo de 2015

[CRÍTICA] Inhertent Vice: El dificultoso camino del cine


Paul Thomas Anderson es el director estadounidense del momento, no creo que quepa duda de eso. Desde los orígenes de sus carrera, y en especial con su consolidación en Magnolia (1999), Anderson ha cautivado a crítica y público por igual. Todo parecía decir que la nueva promesa del cine norteamericano pertenecería a ese grupo de directores que el público no detesta y, a la vez, recoge elogios en diferentes festivales.

Aunque claro, luego llegó esa comedia, Punch Drunk-Love (2002), que a muchos no les hizo demasiada gracia, y ese final de Pozos de ambición (2007) ¿a que venía? Resulta que mientras todos se rendían a sus pies por la grandeza (tanto a nivel de producción y reparto, como estético) que transmitían sus películas, Paul Thomas Anderson estaba concentrado en diseccionar la historia de Estados Unidos, además, con bastante mala baba.


En The Master (2012) se dispararon las alarmas. La aparente ''tranquilidad'' y ritmo ''legible'' con el que arrancaba el film se veía muy alterado por una vertiginosa segunda parte, necesarias de analizar meticulosamente, con manual en mano. Pero, sin embargo, al terminar muchos sentimos esa extraña sensación, que The Master calaba hondo, y que P.T. Anderson había conseguido lo que quería. Es posible que no se entendiera, pero, peculiarmente, se sentía.

Pues esto último es Inherent Vice (horríble el título que han decidido ¿traducir? en España, el cual no pienso nombrar). Inherent Vice es una adaptación de la novela del mismo nombre escrita por el peculiar Thomas Pynchon, y según aquellos que la han leído (yo aún no he tenido oportunidad) resulta tan confusa y metafórica como el propio film. Anderson nos habla de una época, los sesenta, un periodo tormentoso para una Estados Unidos sumida en guerras, donde el movimiento hippie y la marihuana eran protagonistas, y en la sociedad se sentía atrapada por una sensación de ''ellos'', hacia el gobierno, que nos maneja a ''nosotros'' los ciudadanos de a pie.


Todo esto en tono de comedia (¿se podría tomar de otra forma?) repleto de personajes y situaciones peculiares a la vez de radicales, seguramente provocadas por la visión contaminada de nuestro protagonista, Doc Sportello y su ex-novia (narradora de la historia) Shasta. Pero es que esta visión difusa por humo de marihuana es la que busca P. T. Anderson, una mirada desde dentro, que nos sumerja en la situación de forma plena. ¿Y si el resultado es una película confusa, que necesitaremos ver más de una dos o tres veces? Seguramente merezca la pena. Y es que la cálida imagen de Los Ángeles de los sesenta, la necesidad de seguir de forma meticulosa los diálogos al más puro estilo ''El sueño eterno'' (1946) (como mil veces se ha repetido ya), y la valentía de adaptar una novela sin perder ni un ápice de su imagen personal, ni alejarse de los propósitos de su carrera, hacen de Inherent Vice una película personal, única, y que no dejará indiferente a nadie. Seguramente esto sea el punto más alto que haya conseguido P. T. Anderson hasta el momento por acercarse a su visión personal y alejarse del público más comercial, y puede que Inherent Vice le condene a alejarse de este modo de trabajar por un tiempo. Pero ante todo hablamos de una evolución en la carrera del genial cineasta norteamericano.


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