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19 de febrero de 2015

[CRÍTICA] El francotirador: El pulso vale más que la punteria


El gran Clint Eastwood, a sus 84 años, está lejos de retirarse. Como todo verdadero artista, Eastwood no puede guardarse para sí mismo las cosas que necesita decir y sobre las que necesita pensar. Los directores piensan sobre la vida rodándola e Eastwood nos trae con El francotirador su segundo largometraje de 2014 y uno de los títulos ya más exitosos de su vasta carrera.


La película retrata la vida del francotirador Chris Kyle, que con cuatro viajes a Irak es el tirador con más muertes acreditadas del ejército de USA. Interpretado de forma impecable por un Bradley Cooper cambiado tanto física como gestualmente para el papel, la película vuelve a recorrer los caminos que siempre han interesado al director de Million Dollar Baby. El tratamiento de la violencia y el daño que hace en las personas; y el retrato de la fama y el reconocimiento por algo de lo que no se puede ni se debe estar orgulloso vuelven a estar presentes en este Biopic.


Posiblemente, el llamado último cineasta clásico americano, no tenga en esta otra de sus obras maestras pero si obtiene una película más que interesante. Con dos registros muy bien diferenciados, la guerra, llena de conflicto moral, deber y batallas; y la vuelta a casa, que parece transformarse en el verdadero territorio enemigo ya que  el protagonista no parece pertenecer a él.


Ideológicamente patriótica, aunque objetiva, la película parece rechazar ir más allá en el conflicto de asesinato que un francotirador tiene más que ningún otro militar (Eastwood parece, a ratos, pedir retomar la historia desde el punto de vista contrario como ya hizo con Banderas de nuestros padres y su superior contrapunto Cartas desde Iwo Jima) En cuanto a su representación de la guerra, aunque no alcanza la tensión de los artificieros de En tierra hostil ni trasmite la veracidad de La noche más oscura (ambas de Kathryn Bigelow), escenas como la de la tormenta de arena y el enfrentamiento con el francotirador sirio, al más puro estilo Enemigo a las puertas  de Jean-Jacques Annaud hacen del lado bélico del film un producto más que notable.


Ante todo, el mundo Clint Eastwood vuelve a estar más que presente. Si el personaje de Bradley Cooper tuviese sesenta años, posiblemente se parecería mucho al protagonista de Sin perdón, si pasásemos unos años más nos encontraríamos con el Eastwood de Gran Torino cuya medalla por matar no es sino el disparo más doloroso recibido.


Pero Eastwood no solo trata el desgaste mental de forma realista y profunda sino que lleva ese nivel de presión a cómo afecta en el entorno familiar, tal y como hacía en su, por ahora, mejor biopic, Bird.

Volviendo al film que nos ocupa, es en el apartado personal en el que, sin duda, Eastwood nos regala lo más interesante. No se nos muestra un personaje atormentado por las muertes que hay tras su mirilla sino por el deber, el deber de proteger y de cubrir transformado en una locura corriente y diaria.


Es cierto que las obras mayores de Eastwood vinieron cuando nos quería transmitir un sentimiento además de una historia como en Sin perdón, Mistyc River, Bird o su sorprendente simplicidad en Los puentes de Madison. Últimamente, Eastwood ha utilizado su carrera para pensar sobre aquellas personas que le han interesado, personajes como los de sus historias a los que quería descubrir por medio de rodarlos, personas como Mandela, J. Edgar o Chris Kyle. Pese a ser la mejor de esta última etapa del director y músico californiano no nos encontremos con otra de sus grandes obras maestras pero pocos pueden negar la sapiencia de sus imágenes y el interés de su relato.


Apoyado en una sobrada interpretación protagonista y realización anclada con pies de acero, grabada por un hombre al que nada hace ya temblar tras la cámara, El francotirador puede que no dé en el centro de la diana pero, sin duda, le sobra pulso para dar en el blanco.


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