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4 de julio de 2014

Ida: El pasado de Europa al servicio de la belleza más pura

La quinta película del polaco Pawel Pawlikowski, la primera en su país natal, ha asombrado con su belleza allá por donde ha pasado haciéndose un hueco entre las mejores películas de Europa del Este de los últimos tiempos. Ganadora del Premio a Mejor película en festivales como el de Londres, Varsovia o Gijón, donde además ganó otros cuatro premios, y diferentes menciones en otros festivales como el de Toronto son muestra del camino hacia el éxito de esta pequeña gran película que ha acaparado la atención de los amantes del cine refinado y artísticos, amantes de las pequeñas joyas.


El principio argumental nos recuerda a obras maestras como Viridiana de Luis Buñuel, Andrei rublev de Andrei Tarkovsky o El valle de las abejas de Frantisek Vlácil. En la Polonia de los 60, en medio de un comunismo cada vez más débil, una joven novicia va a conocer a su tía, su único familiar con vida antes de tomar los votos. De esta forma, se nos plantea un flujo dramático ejemplar en únicamente 80 minutos en los que se desvelará el cruel pasado y origen de la novicia que pondrá a prueba todo lo que creía. Así mismo, su visita supondrá para su tia, de personalidad opuesta, un duro enfrentamiento con el pasado que la destroza por dentro. A modo de road movie, las dos protagonistas van descubriendo datos, conociéndose y a su vez enseñando al público de forma totalmente natural y discreta el oscuro pasado de Polonia. Los que dicen que el tema del nazismo ya está sobreexplotado encontrarán en Ida una prueba más de que lo escasea no son los temas, sino las nuevas ideas a la hora de afrontarlos.


La crisis de Fe, el despertar a la vida, el pasado del nazismo y el papel que en él tuvieron los propios nativos polacos forman los principales temas sobre los que versa este film, pero no son lo más destacable del mismo. Como en el buen cine, lo importante de Ida no es que cuenta, sino como lo hace. Con una fotografía extraordinaria, dejando muchísimo aire por arriba, un blanco y negro exquisito, en cuatro tercios, con una composición perfecta y sin movimientos de cámara Ida es una película en la que cada plano importa y tiene por si solo una fuerza que en cadena produce ese efecto de hipnotismo extraño tan indescriptible. Mientras que esas bellas y frías imágenes van trascurriendo, Ida no nos enseña ni nos explica sino que nos oculta revolviendo nuestro interior junto con el de sus dos protagonistas, la novicia Agata Trzebuchowska, debutante, y la impresionante tía, Agata Kulesza que forman una pareja extraordinaria. De esta forma, la película fluye perfectamente haciéndose ligero y disfrutable como pocos films de esta profundidad hasta llegar a un final en el que cuesta reubicarse que te deja con ganas de volver a verla para descubrir más y más de lo que Ida parece tener y no querer mostrar.


Estas imágenes y esta forma de hacer cine con escenas que parecen congelarse a la vez que nos hacen preguntarnos por el interior del hombre, relacionándolo con la fe y la razón, nos recuerda, aunque de forma mucho más ligera, al cine de grandes como Robert bresson, Ingmar Bergman o Carl Theodor Dreyer.


Puede que su falta de énfasis sentimental impida que amemos por completo el film pero a los que les guste el cine puro, el arte y la belleza no duden en adentrarse en esta película que, con su sencillez, se ha ganado el corazón  de los amantes del buen cine Europeo.


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