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28 de marzo de 2014

El Gran Hotel Budapest: Cuando aún existía aquello que llamábamos humanidad, ¿o no?


 Con la etiqueta de haber ganado el Gran Premio del Jurado en el último Festival de Berlín, el último trabajo de Wes Anderson ha llegado a nuestras pantallas. El realizador texano, uno de los grandes de los últimos años, ha realizado la que es, sin duda, su película más ambiciosa. Para ello, ha utilizado todas sus conocidas características y las ha llevado hasta sus propios límites.


El Gran Hotel de Budapest nos narra la historia de un aprendiz de portero en el citado hotel, interpretado por el debutante Toni Revolori. Su maestro es Gustave H., interpretado por un magistral Ralph Fiennes, alma del hotel y de la película. Con una estructura de absoluta caja rusa, Anderson llega hasta el nivel más profundo, en donde sucede la historia antigua del hotel, la de su esplendor. En esa época veremos como Zero, el aprendiz, seguirá a su maestro, Gustave H., con una obediencia absoluta. El personaje de Gustave H. es un elegante, histriónico y amanerado encargado del hotel, conquistador de ancianas ricas que desarrollará una fuerte amistad con su aprendiz. A raíz de la herencia de una de las ancianas, Gustave H. será acusado de asesinato y él y Zero vivirán todo tipo de situaciones inimaginables a raíz de ello. Por supuesto, la película tiene un reparto mucho más extenso en donde destacan Adrien Brody, William Dafoe, Jude Law, Edward Norton o Harvey Keitel. Pero además de nuestros dos protagonistas, que están excelentes, destaca la presencia de Saoirse Ronan, la enamorada de Zero. Las demás estrellas anunciadas en el cartel cuentan sus apariciones por simples cameos.


El film, de una belleza apabullante, con una dirección artística absolutamente descomunal y un diseño perfecto vuelve a confirmar a Wes Anderson como uno de los directores más interesantes de la actualidad. Sus planos simétricos, su cuidada fotografía y sus situaciones teatrales convierten a este gigantesco hotel en una casa de muñecas abierta para el espectador. Es destacable la unidad visual que mantiene todo el film, a pesar de los cambios de formato de la imagen, que se ajustan de distinta forma según la época a la que suceda la secuencia.


La película, aunque está contado en clave de comedia contiene mucho humor negro, ciertos toques de brutalidad y dosis de sorpresa. Mezclando géneros tan dispares como el carcelario, el amoroso o el de investigación, Anderson nos cuenta una forma de vivir y de pensar, cristalizada en el personaje de Ralph Fiennes que parece encantarle. Se nos remite a una época y una forma de vida en donde importaba la elegancia, los modales, el perfume, el encanto y la buena conversación por encima de la inminente guerra. La película nos lleva al tiempo donde aún existía aquello que llamábamos humanidad.


Estamos sin duda ante el film más ambicioso y mejor realizado de Anderson. Una historia compleja, narrada de forma perfecta, una gran unión de personajes con un arquetipo muy determinado pero, con un fondo inmenso y, además, una sucesión de imágenes preciosistas filmadas con un cuidado extremo.


Sin embargo, a pesar de ser muy superior a Academia Rushmore o Los Tenembaums: una familia de genios, su excelencia formal y narrativa no llega a  alcanzar la emoción que provocaban sus dos obras anteriores, Moonrise Kingdom y Fantastico Sr. Fox . Tampoco ayuda a ello la ligereza del final.


Estamos ante una película que, aunque puede dejar frío en cierto modo al público, no deja de ser deliciosa, inteligente, única y muy disfrutable. Con un Ralph Fiennes genial y varios giros que nos dejarán boquiabiertos, Wes Anderson se asegura con esta película, sin lugar a dudas, un puesto en las primeras posiciones de la lista de mejores películas de este recién comenzado año cinematográfico.


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